jueves, 9 de noviembre de 2017

Los Normales

Soy una mujer normal. Lo repite cuatro veces. Soy una persona normal con determinados códigos de estética visual y de estética moral. Insiste. Y ahí está obscenamente todo dicho. Ahí está pornográficamente todo dicho.
No es un audio gracioso ni un audio simplemente discriminador. Es un audio que habla desde una normalidad que se cree totalidad. Una normalidad blanca, clasista, católica y heteronormativa. Una normalidad que se cree centro y expulsa afuera todo lo que no coincide consigo misma. Una normalidad donde lo otro, lo “diferente” sólo puede ser parte de la totalidad como parte de la periferia. Como medio de uso para satisfacer sus vidas normales.
Hace tiempo vengo sosteniendo en diferentes conversaciones con amigos y colegas que el problema actual no es sólo político/económico, sino profundamente ético. Porque en el fondo de ese audio se esconde una moralidad que impregna no sólo a nuestros dirigentes políticos actuales, (la cirujana se ufana de ser amiga del ministro Dujovne) sino que es parte de la moral de muchos de nuestros vínculos cotidianos.
Una moralidad que se impone como norma, y desde allí ejerce su poder. Una moralidad que impone la idea de “lo bueno” como idéntica a si misma. Es decir, nosotros los normales somos lo bueno. Todo lo que se aleje y se diferencie de esa mismidad, será por un ejercicio dialéctico, “Lo malo”, "Lo feo". Serán las “Bestias” como dice la cirujana de Palermo chico.
Es lo que Lévinas llama figuras de la alteridad negada. Tratar “lo otro”, al “Otro” diferente a “Lo mismo”, como la figura de lo Anormal. De allí que para la cirujana, (dato no menor su oficio, ya que el discurso medico suele ser el discurso normalizador por excelencia), las bestias que se acercan con mate, reposeras, y perros a su pileta de country privado, son un problema estético y moral.
No es por lo que ella pagó. Pagó por mantenerse alejada del territorio de lo anormal. Porque ya sabemos, lo privado es el espacio de la norma, y lo público la geografía de lo bestial.
Pero el problema no es la cirujana,claro esta. Ella es en todo caso la portavoz de una polifonía de voces que habitan nuestra cotidianidad. La voz de la normalidad de turno.
Este es, creo yo, uno de los problemas profundos que afecta nuestra época. No hay nada nuevo en la mediática idea de “grieta” que quieren instalar.
En el fondo siempre se trato del mismo problema ético. Del lugar que ocupa el otro en nuestra mismidad. De cómo relacionarnos con el Otro. Si quizás hoy este odio se hace más evidente ya que esta moralidad que permaneció latente ya no duda en hacerse manifiesta. Porque hoy lo privado ocupa el poder que en lo profundo de nuestra sociedad civil nunca dejo de ocupar. (Vale recordar que la mayoría de los ministros y funcionarios actuales vienen de lo privado, los famosos “Ceos”).
Por eso en todo caso “la grieta” se configura entre quienes históricamente expulsan, esconden, ridiculizan -cuando no exterminan- a todo lo Otro, a todo lo que no coincide con su idea de norma, (esa norma que concentra poder y vive encerrada entre rejas, alarmas y countrys) y aquellos que, como enseña Dussel, creemos que todo empieza siempre a partir del otro. Que no hay novedad posible si no es a partir del ejercicio de alteridad que implica reconocer a los otros como punto de partida de toda relación humana.
Ese Otro con el que cada vez tengo más ganas de conversar. Sentados en reposeras, con las patas en el agua mientras acariciamos a un perro. Y de vez en cuando, entre mate y mate, sonreírle a todas esas otredades como la de la cirujana, esas que miran desde lejos, con profundo dolor estético y moral, encerradas en su cárcel de normalidad.

miércoles, 18 de octubre de 2017

¿Y ahora,Santiago?

¿Y ahora Santiago?
¿qué haremos con tu mirada?
¿Con los poemas y las canciones
que esperaban tu regreso?
¿y con el viaje pendiente junto a Sergio?
¿y con los brazos abiertos de tu madre?
Qué haremos ahora que tu cuerpo,
ese cuerpo que fue,una y otra vez
cínicamente difamado por los medios,
apareció flotando en el río que ahogo
toda esperanza.
Qué haremos ahora,
mientras me pregunto
cuántas veces se puede matar a un muerto.
¿O acaso Santiago no te mataron,
desmembraron y denigraron
impunemente durante setenta y ocho días?
Con esa macabra necesidad
de burlarse de tus deseos.
Con esa obscena manera
de buscarle coartadas a una muerte
cuyas causas todos conocemos.
Una muerte a la que nos resistíamos
aunque latiera profundamente en nuestros miedos.
¿Qué haremos ahora sin tipos como vos, Santiago?
Ahora que la muerte ronda otra vez nuestros cielos,
que los miserables destilan veneno y reprimen,
y los que antes callaron,
hoy vuelven a hacerlo.
Ahora que pese al esfuerzo minucioso por ensuciarte,
pese a la disección obsesiva a la que sometieron
tu biografía y la de tus ancestros,
nada pudieron encontrar en el pasado
del artesano que fue en busca de sus sueños.
Y ojalá tu lucha sea fuego que multiplique
y entonces retrocedan los profetas del odio,
ojalá tu mirada nos persiga y alcance,
y tu vida se vuelva un grito
que impida el cobarde silencio.
Sino,
¿Qué haremos con está furia?
¿Qué haremos con está tristeza que arrasa?
¿Qué haremos con todo tu amor, Santiago?

viernes, 13 de octubre de 2017

A vos, Gitano

A vos, Gitano ( y a los psicólogos que abrazan).
El informe decía que tenias un par de hurtos, problemas de consumo, rasgos antisociales y un par de datos inútiles más que ya no recuerdo. El informe decía muchas cosas cosas, pero no decía nada de vos.
Y ahora que ya pasaron algunos años en este oficio, ahora que la gente me saluda para está fecha, pienso mucho en vos. Pienso que será de tu vida, en que lindo sería cruzarte, darte un abrazo y pedirte disculpas por ese día.
Sé que suena a excusa pero por entonces yo recién empezaba. Me habían dicho que eras un caso perdido, un "pibe chorro". Y con esa información, más los nervios de tener que poner a prueba todo eso que me habían enseñado en la facultad, yo no supe escucharte, Gitano.
Así te decían, me dijiste, sentado con esa gorra que nunca te sacabas y que después me terminarías regalando. Esa que me enseñaste se le dice visera porque la gorra es la otra, "la gorra", es la policía.
Ese día, nuestro primer día, yo te pedí que hicieras unos dibujos. Una persona bajo la lluvia, una casa, un árbol, y te mostré unas tarjetitas que tenías que dibujar lo más parecidas posible. Vos me miraste y me dijiste que no tenías ganas, que ya lo habías hecho muchas veces, que para qué venias acá si al final era lo mismo que en el juzgado.
Yo no sabía que responderte. Todo lo que yo sabía, lo que me habían enseñado, es que así yo iba a saber si eras peligroso o no, que tipo de trastorno tenías. Yo así iba a poder diagnosticarte y te pedí que lo hicieras igual. Después hice las preguntas de rigor, esas que enseñan los protocolos y que vos respondiste con desgano. Lo triste, pienso ahora, es que salí de esa entrevista convencido que ya tenia material y yo también hice un informe. Un informe con tu nombre que tampoco decía nada de vos, Gitano.
Es que pese al esfuerzo de Mabel y Graciela -esos docentes que enseñan que el amor está mucho antes que cualquier discurso-, de todos modos salimos creyendo que en este oficio es más importante preguntar que escuchar. Quiero decir, salimos tan llenos de técnica y tan faltos de ética, nos enseñan tanto a defendernos y no a ofrecernos, que lleva años sacarse de encima las anteojeras que sólo buscan patologías, y que cuando no las hay, las inventan.
Quizás por eso me llevo tiempo poder escucharte, Gitano. Poder saber de vos y tu historia. Poder hablar con el pibe detrás de cualquier diagnóstico. Saber como tu viejo fajaba a tu vieja cada vez que se emborrachaba, de las veces que con tu hermana no tenían nada en el plato para comer, de la muerte de tu hermano más grande a manos de la policía, o de las veces que viste a tu abuelo tocar a tu hermanita. Todo eso me entere después, mucho tiempo después.
Por eso te quiero pedir disculpas. Por mi prepotencia de entonces. Por tardar en darme cuenta que esos test eran un mecanismo de defensa mío, pero que nada hacían por vos. Por tardar en sacarme de encima los prejuicios de una ciencia que a veces se cree por encima de los contextos. Una ciencia cuyo discurso suele buscar responsables en las consecuencias y no en las causas. Que muchas veces es utilizada para legitimar formas de exclusión previas, buscando chivos expiatorios como vos Gitano, para justificar la mecánica perversa de este sistema que todo lo expulsa en nombre de una normalidad que no existe.
Y ahora que pasaron tantos años, me gustaría decirte lo que entonces no te dije. Decirte todo lo que me enseñaste. Como gracias a vos, a mis compañeros y a los pibes con historias como la tuya, aprendí que los psicólogos podemos trabajar sin perder jamás la ternura. Que la hospitalidad y el abrazo no nos hacen menos idóneos y que lo técnico nunca puede escindirse de lo ético y lo político. Decirte, como me enseño Nadia, que el misterio del otro es imposible y que no hay diagnóstico que te defina, Gitano. Que la mirada amorosa está por encima de cualquier discurso y que de eso se trata la alteridad. Decirte todo esto que no te dije cara-a-cara el día que te deje en la puerta de la comunidad terapéutica en Buenos Aires, el día que nos abrazamos entre lágrimas, y mientras vos me dabas las gracias, yo no tuve el coraje de pedirte perdón. El día que me regalaste tu visera.

martes, 12 de septiembre de 2017

Poesía

Cuando tenía quince años encontré en la biblioteca de mi tío Evaristo un libro de con tapa de cuero que llamó mi atención. Resultaron ser las poesías completas de Gustavo Adolfo Bécquer. Y pese a que a mí por entonces no me gustaba la poesía -me gustaba Stephen King-, y como ahora, me costaba entender de que se trata eso que llaman poesía, estuve un rato largo leyendo. Naturalmente no recuerdo mucho esos poemas, pero quedo en mi cabeza un fragmento que me gustó bastante, uno que terminaba diciendo:
¿Qué es poesía? ¿y tú me lo preguntas? Poesía... eres tú."
Aunque era medio cursi, en ese momento pensé que sería un buena frase para regalarle a alguna chica cuando estuviera enamorado. Por eso la memoricé. Además por esos tiempos me gustaba memorizar frases y después repetirlas delante de mis amigos. Supongo que era una pedante y adolescente manera de parecer inteligente.
Con el correr de los años también olvidé la mayoría de esas frases, aunque todavía algunas de ellas aparecen en mi cabeza cuando me estoy por dormir.
Por eso quizás anoche, mientras repasaba en mi cabeza lo que fueron estos días, mientras repasaba una y otra vez momentos que probablemente guarde en lo más profundo de mi historia, momentos de la que fuiste artífice, cómplice y testigo, esa frase de Bécquer vino a mí cabeza.
Porque hoy que mis amigos y mi familia me cuentan lo que hiciste para que todo saliera bien, para que nada arruine la sorpresa que imaginaste, empiezo a entender el stress de los días previos, mientras yo era, otra vez, una sola contradicción. Y pienso en tu mano en mí espalda la noche anterior cuando me viste angustiado y me decías que me estuviera tranquilo, que ya iba a volver a estar con los míos. Y vuelve a mí el momento en que abrí la puerta de casa, y vi a mí viejo, a mí sobrina y mí hermanito, y yo sin poder contener el llanto, ese llanto que vino desde adentro y era pura pulsión. Y un rato después vos que me volvés a engañar con no sé que excusa para aparecer más tarde con mi otro hermano y mi ahijado y yo no pueda comprender otra vez que está pasando, como era posible que estuvieran conmigo tantos de los que hace unas horas nomas estaba extrañando.
Y ahora que sé que estuviste detrás de todo esto, en cada detalle, con esa constante necesidad de cuidarme que tenés desde que empezamos a estar juntos, de hacer carne esas frases que me gustan y repito, esa de que el amor es un acto, o esa otra que dice que el amor es un gesto cotidiano, ahora que estoy por publicar mi segundo libro de poemas aunque siga sin saber bien que es la poesía, ahora entiendo porque anoche me vino esa frase que leí  hace tantos años en la casa de mi tío Evaristo.
Porque quizás la poesía no se trate tanto de metáforas precisas, de abstracciones bellas, de simétricos versos, sino que la poesía sea acaso una forma de estar en el mundo. Una búsqueda lúdica de la ternura. Quizás lo poético sea hermano de lo ético y entonces no se trate tanto de palabras sino de actos, de esos que haces a diario, tu manera de entender la vida, tu esfuerzo por aliviar el dolor ajeno. Es decir quizás la poesía tenga mucho de tus modos, tu capacidad para embellecer los días pese a tanta indiferencia, tu lenguaje permanente de gestos amorosos para los que te tenemos cerca.
Sí, tal vez por eso anoche me vino esa frase mientras te veía dormir. Aunque todavía suene cursi, aunque haya permanecido todos estos años en el olvido. Como aquel adolescente que guardaba frases para cuando estuviera enamorado, ahora entiendo porque anoche entre sueños esa se me repetía, ahora entiendo finalmente a Bécquer, ahora entiendo mientras te miro, de que se trata la poesía. 

viernes, 25 de agosto de 2017

A Santiago

La verdad Santiago es que no quiero que seas una bandera.
Me resisto a la idea de que te vuelvas una consigna,
ver tu cara en las remeras,
o que tu nombre sea uno más de una lista que
parece nunca terminar de escribirse.

La verdad Santiago es que no quiero pensarte
como a Julio, a Luciano, o a Miguel.
Ni a tantos
y tantos desaparecidos en los barrios que
permanecen en el más oscuro de los anonimatos.

La verdad Santiago es que quizás sea un ingenuo
pero todavía espero que aparezcas con vida,
que puedas contarnos del calvario de estos días,
y que sea tu voz la que finalmente de testimonio
del terror de aquel día.

La verdad Santiago,
que todos los días espero que te encuentres con
tu familia,
con tu hermano que no para de buscarte,
que te des un abrazo como yo me doy cada vez que veo al mío,
un hermano que también se llama como vos.

Y me duele tu ausencia Santiago,
como me duele el silencio miserable
de tantos que piensan que una vida
es una puja discursiva.
El estúpido mensaje que quieren instalar
de que el valor de una vida depende
de la vereda desde la que se la nombre.

Y la verdad que yo sólo quiero que aparezcas
por vos,
por lo que todavía te falta,
por lo que fuiste a buscar allá al sur,
por tu ilusión de hacer del
mundo un lugar más habitable.
Por vos y tus ganas,
por vos y tu sonrisa,
por vos y los que te extrañan,
por vos, tu deseo y tu ideas.

Por eso todos los dias espero que
aparezcas,
aunque me angustie pensar que el horror
otra vez se imponga,
y que el estado todavia siga robando vidas.
Por eso te escribo Santiago,
porque no te quiero como consigna,
como foto ni como bandera,
ni siquiera te quiero como poema.
(que hoy escribo con la esperanza
de que mañana me leas).

Sí, la verdad que yo sólo quiero
que aparezcas por vos, Santiago,
por vos y tu vida,
para que sigas haciendo
con ella lo que quieras,
y quizás algun dia conocerte
y poder darte un abrazo,
como esos que me doy con mi hermano,
abrazarte y recuperar la esperanza
de que en este pais
ya nadie desaparece por sus ideas.














jueves, 17 de agosto de 2017

TOC (o Diario de un neurótico)

Sé que está en mi cabeza. Juro que lo sé. O al menos una parte mía lo sabe. Y aunque me lo repita, aunque me diga constantemente: "está todo en tu cabeza, no es real, las cosas no son así", es difícil desarmar eso que ya se armó en la boca de mi estómago.
Quiero decir, la certeza, la absoluta certeza de que por alguna razón que desconozco, hoy me vas a dejar. Y no es que haya un dato concreto, un mensaje directo y explicito que me permita arribar a esa dolorosa conclusión. Pero simplemente lo sé, la certeza de algún modo se construyó de súbito en mi cabeza, y ya no me amas, ergo, me vas a dejar.
Y volviendo en el colectivo a casa empiezo a repasar una a una las señales, los indicios que me llevaron a arribar a esa conclusión irreductible. Entonces recuerdo que a la mañana al despedirnos me diste un beso rápido, agarrando las llaves, y saliendo apresurada  porque se te hacia tarde. Y que a media mañana, cuando te mandé el mensaje de como venía tu día, ese mensaje cotidiano que siempre es una excusa para charlar un rato, tu respuesta fue con monosílabos, contándome que tenías una mañana complicada, que no parabas de atender gente.
Y puede que hasta ese momento yo no sospechara nada, que la certeza en la boca del estómago apenas sea un indicio irreconocible. Pero entonces al mediodía me mandás un audio diciéndome que quizás no podamos ir al teatro el sábado como habíamos quedado, que te habías olvidado que era el cumple de tu compañera de trabajo, y yo siento tu voz distante, entonces espero un segundos para responderte, porque ahí si empiezo a sumar en mi cabeza, el beso escueto de madrugada, tus monosílabos a la mañana, y ahora este cumpleaños que aparece de la nada, y dos más dos es cuatro y todo me empieza a oler a excusa, porque en el fondo lo que pasa es otra cosa, pasa que quizás ya no tenés ganas de estar conmigo, y aunque por dentro estoy lleno de miedo, te respondo haciéndome el superado, y te digo que no importa, que no pasa nada, que podemos ir otro día al teatro.
Pero para ese entonces la pelota en la boca del estómago es cada vez más grande, aunque me distraiga haciendo otra cosa, y me ponga a ordenar legajos esperando que se haga la hora para salir del laburo, mirando cada dos minutos el celular para ver si me mandás algún mensaje, algún chiste, algún emoticon tonto de esos que nos mandamos siempre, pero no llega nada.
Y salgo del trabajo rumiando todo esto, diciéndome por enésima vez que no pasa nada, que son ideas mías, que ya estoy grande para estas dudas, que una cosa es a los quince, pero que ahora no puedo ser tan pelotudo, tipo grande che, no puedo entrar en estos soliloquios, si no me das ninguna razón para pensar que ya no me queres más, si anoche nomás vimos otro capítulo de la serie y después hicimos el amor.
Pero subiendo al bondi siento vibrar el celular e inconscientemente lo miro convencido que sos vos, vos preguntándome si ya estoy volviendo a casa, pero no, es otro mensaje del grupo de los pibes. Y miro para ver cuándo fue la última vez que te conectaste y veo que fue hace media hora, y me pregunto porque entonces no me mandaste un mensaje en todo este tiempo, si ya pasaron un par de horas desde el último.
Y me pongo a leer la novela que me compré, esa de Luis Mey, que me tiene atrapadísimo, esa que cuando te conté el otro día que me había comprado me respondiste medio en broma que deje de comprar libros al pedo, que tengo un montón sin leer, que después me quejo que la plata no me alcanza y yo te respondí haciendo un gesto con los hombros porque sé que tenes razón, pero bien sabés que no puedo dejar de comprar libros, aunque sepa que muchos de ellos probablemente jamás los lea.
Y me acuerdo de eso y medio que me dan ganas de llorar en el colectivo, de tu cara retándome en broma y mi gesto infantil con los hombros, y entonces miro fijamente el libro porque me da vergüenza que alguien me vea con los ojos llorosos en el colectivo, porque la angustia casi no me deja respirar, porque me duele todo el cuerpo pensando en lo que me vas a decir cuando llegues, las palabras que usarás, con tu dulzura de siempre, pero esta vez para decirme que la cosa no va más, que no sabés que pasó, pero que necesitas distancia o vaya a saber qué es lo que me vas a decir, como lo vas a decir, pero en ese instante estoy seguro que el dolor de perderte me será insoportable, mientras sigo buscando los motivos para tu distancia repentina, para que estuvieras todo el día distante, si estaba todo bien ayer, si hasta anoche hicimos el amor después de...

Entonces llego a casa contrariado, y cuando dejo la mochila en el sillón veo un mensaje tuyo diciéndome que vas a llegar un poco más tarde porque tenés que hacer unos trámites, y la desazón es absoluta, me vas a dejar, lo sé, pero te mando un pulgar arriba aunque sepa que es mentira, que probablemente te demoras haciendo tiempo para ver cómo me decís que ya no queres estar conmigo, que ya no me amas, y me pongo a lavar los platos que dejamos sucios anoche porque ninguno de los dos tenía ganas de lavar, me pongo a lavar para ver si puedo dejar de pensar un rato en todo esto.
Y por momentos me parece absurdo lo que estoy pensando, y mientras al agua corre me repito las palabras de Freud, esas de que la realidad es siempre psíquica, que esto ya lo tengo que saber, que estoy exagerando, que soy un obsesivo de mierda,  pero la certeza que empezó tibiamente en mi cabeza hace unas horas, ahora ya me tomó todo el cuerpo, y no queda otra que prepararme para lo peor.
Entonces tomo aire y pienso lo que te voy a decir, diciéndome que no tengo que dramatizar, que tendrás tus motivos, que al final el otro siempre es imposible, que tarde o temprano podía pasar, que fue hermoso lo que construimos pero que el amor tiene estas cosas, que me voy a ir con dignidad, que no quiero la limosna de nadie.

Y me tiro en la cama a hacer zapping en la tele, esperando que llegues, intentando no pensar más, hasta que escucho las llaves abriendo la puerta y salto de la cama para que no me veas así, para recibirte como si yo no supiera lo que ya sé, poniendo cara de nada, y cuando entrás me regalás un sonrisa, con cara de cansada, y entonces veo que tenés un par de bolsas en la mano, y me decís que pasaste a comprar un par de cosas para la cena, y que de paso me compraste un regalito, (así decís: “un regalito", y yo siento los pies contra el piso y unas ganas insoportables de llorar), que por eso demoraste un poco más en llegar, y abro el regalo y veo el libro que sabes hace meses andaba buscando, ese del autor sueco que se pronuncia difícil, y te miro sintiéndome un tarado, sin saber bien que decirte, y te doy un beso abrazándote fuerte, un abrazo que poco tiene que ver con el regalo, pero que me devuelve el oxígeno, que desactiva el terror niño de perderte, aunque vos no sepas nada de eso, y me dan ganas de contarte lo que estuve pensando hasta recién, pero me da miedo que pienses que estoy loco, me dan vergüenza mis ideas idiotas, y algo dentro mío celebra haber aprendido a callar las voces, confirmando eso de que los delirios suelen ser coherentes, que lo absurdo en todo caso suele ser la idea que los dispara, que la cabeza arma y desarma lo que quiere, al menos la mía, y te pregunto si querés tomar unos mates, y me respondes que si contenta, sonriendo pese al cansancio, pese a que tuviste un día de mierda, y me decís que eso es lo que te hacía falta, que eso estuviste pensando todo el día, en poder llegar a casa y tomarte unos mates en la cama conmigo.

viernes, 11 de agosto de 2017

Trastabillar

No sé cual es el camino correcto
para llegar a mi deseo.
Por eso,
entre otras cosas,
nunca sé que responder cuando
me preguntan por qué escribo.

Pero una palabra necesariamente
me lleva a otra,
como una catarata inevitable
e inútil.
Un martillazo,
otro martillazo,
golpeando el teclado al azar,
hasta que de algún golpe
asome una silueta,
un signo que de forma
a lo que quiero decir.

Supongo que así escribo,
supongo que así vivo.
Un día tras otro,
con un sentido vago,
con una cucaracha en la garganta,
trastabillando,
perdido entre neblinas.

Y me gusta pensarme como un libro abierto
en una página cualquiera.
Un libro buscando ser leído,
un libro escrito por todas las
manos que cuidaron
y escribieron mis días.

Y las páginas que en mí
ayer otros escribieron,
parecen sostener y alimentar,
la hoja en blanco que soy hoy.
Un libro lleno de tierra que
apenas adivina cómo
sigue su historia,
que sigue en el párrafo siguiente.

Por eso quizás me habite
la persistente necesidad
de atrapar palabras
que sirvan como puente.
Palabras como una mano tendida.
La búsqueda de ser un libro
al que sólo otros ojos puedan
darle sentido.

Por eso me siento y escribo.
Pues nadie escribe realmente solo,
nadie escribe para sí mismo.
Es decir,
no creo en palabras
que no busquen otras palabras,
no creo en palabras que no sean lenguas
que buscan otras lenguas.

Sí, por eso quizás escribo.
Para estar menos solo,
para que una mirada me encuentre,
para tropezar con otros
que completen mi historia,
escribo trastabillando,
escribo, acaso,
como vivo.











miércoles, 12 de julio de 2017

Soplo

A veces me estás contando cosas del trabajo, con un entusiasmo que te desborda, con una sonrisa de oreja a oreja, porque un paciente tuvo un avance, un pequeño logro, y estás feliz contándome en detalle una anécdota de Mateo, o de Juan Cruz, y yo te escucho concentrado buscando hacer un comentario inteligente, algún aporte que se sume a tu alegría, hasta que hacés alguno de tus gestos, ese que hace que te brille toda la cara, o el que hacés cuando te acomodás el pelo y tenés alguna duda, y yo me detengo a mirarte sintiendo como un soplo que me sacude y me distrae. Entonces empieza la lucha por seguir concentrado escuchándote, por no perderme detalle de lo que me estás contando, sabiendo que ahora será una tarea difícil.
Es que siempre que me contás estas cosas, que me compartís alguna de tus alegrías o de tus dudas, aparece alguno de tus gestos y ahí nomas, el soplo vital que me distrae. Una suerte de aire que me envuelve, una certeza que me abruma, y entonces comienza la tarea de traducir de algún modo lo que me pasa. La urgente necesidad de significar de algún modo el sosiego que me produce el hecho de saber que estamos juntos, de que elijas estar conmigo, de que sea yo, el testigo de tus días.
Porque quizás el hábito, la convivencia y la complicidad permanente, insistan en volver ordinario el hecho extraordinario de habernos encontrado. Es decir, los días pasan y pasan y la realidad se obstina en volver natural esta constante tarea de acompañarnos.
Pero por mucho que el tiempo pase, por mucho que Cronos haga su trabajo y las circunstancias nos vayan llenando de de experiencias juntos, de recuerdos compartidos,  por mucho que eso que llaman costumbre intente domesticarnos, y que a veces mi mal humor y mi tristeza, o que a veces tu mal humor o tu tristeza,  por mucho que los tuyos ya no sean sólo tuyos, y los míos ya no sean tan míos, por mucho que vos y yo, hace rato sea un nosotros, yo no dejo de sorprenderme de que estemos juntos.
No hay costumbre que pueda evitar esta sensación de mirarte con ojos nuevos cuando haces ese gesto, ese que hace que te brille toda la cara, o ese que hacés cuando te acomodás el pelo y tenés alguna duda, esos gestos que siempre son un gesto nuevo, aunque por ahí te enojes y me digas que no te estoy prestando atención, y yo te diga que sí, que sí te estoy escuchando, que me da alegría lo de Juan Cruz y Mateo, pero que es difícil estar concentrado cuando hacés eso, que si pongo esta cara no es de distraído, es de enamorado, que debería decírtelo más seguido, no solamente hoy que es tu cumpleaños, decirte que a veces me abruma la certeza de que me elijas a diario, decirte que vivo enamorado de esos gestos que me alojan hace tiempo, de esos que me sacuden y me recuerdan que tu amor es todos los días un soplo de aire fresco.  

jueves, 29 de junio de 2017

Rodolfo

Rodolfo tenia 92 años,
y sus últimas palabras
antes de pegarse un tiro fueron:
"este es mi destino".

¿Entendés el horror?
Pegarse un tiro en la cabeza
nunca puede ser el destino de la vejez,
nunca puede ser un destino.

¿Un tiro en la cabeza, entendés?
No hay metáfora posible en esto.
No hay chicana partidaria acá,
se rajó un tiro en la cabeza
en una oficina pública, ¿entendés?

¿No te duele?
¿No te da vergüenza?
¿No te da asco lo que somos?
¿seguís creyendo que sos apolítico?
¿seguís pensando en lógicas binarias,
mientras la gente se mata
o se muere de hambre?

¿Vas a hacer zapping?
¿o vas a hacer un tweet
cínico y canchero
sobre un hombre que
se pegó un tiro en la cabeza
cansado de luchar?.

¿Cuál es el límite ético?
¿Hay alguno?
¿No se te revuelve el estómago?
¿No te invade la angustia?

¿Vas a hacer silencio cómplice otra vez?
¿Vas a decir que todos son lo mismo?
¿Vas a decir que la política no te importa?
¿Te moviliza alguna otra cosa que no sea el
dinero y el rencor?

Se pegó un tiro en la cabeza, ¿entendés?
No hay metáfora.
No hay poesía.
Si hay mucho dolor,
Si mucha angustia,
Si mucha impotencia.

Se pegó un tiro en la cabeza,
diciendo "Este es mi destino".
¿no escuchas las desesperación en ese disparo?
¿No vas a gritar que paren?
¿Entendés la crueldad que nos habita?
Yo no.










miércoles, 28 de junio de 2017

Lo perverso

Lo perverso.

Imagino un par de tipos atrás de una computadora, con sus camisas y sus corbatas, con sus planillas de cálculos, con sus órdenes de eficiencia y eficacia, buscando, como quien juega al buscaminas, nombres de personas para darles de bajas las pensiones por discapacidad.
Intento imaginar como se hará este trabajo, el trabajo de dar de bajas pensiones para personas con incapacidad.
¿Cual habrá sido el criterio? ¿Por tipo de incapacidad? Es decir un porcentaje de incapacitados motores por un lado, otro porcentaje de mentales por otro, viscerales por un acá, auditivos por allá.
¿O usaron un programa como les gusta a los tecnócratas? Cruzaron algunos datos, unos "algoritmos de búsqueda", como les gusta decir, apretaron Enter y zaz!, se dieron ciento ochenta mil pensiones de baja.

Y me imagino una charla después del trabajo, cancheros en un after ofice tomando una cerveza y contándose entre risas:
- "Yo di de baja unos ochocientos Down hoy, había criterios que no cerraban, podes creer que sus papás tenían un auto"
-¿Y yo? Yo di de baja casi mil paralíticos porque tenían algún familiar que ganaban cerca de veinte mil pesos, y todavía quieren pensión!"

Y me gustaría pensar que esto es sólo un ejemplo estúpido, una anécdota grotesca, porque ninguna persona con cierto piso ético seria capaz de algo así.
Pero no. Seguramente no fue así de grotesco, pero atrás de todo esto, atrás de los tipos que apretaron enter hay una ideología que goza con todo esto.
Porque desde hace tiempo ya, no puedo dejar de pensar que la modalidad de gobierno es perversa desde el principio.  Como el golpeador arrepentido, que primero pega y lastima y después pide perdón prometiendo que no lo va a hacer nunca más,  hasta que días después repite el acto violento.
Así fue con los jubilados y sus remedios, así fue con el "2x1" para los genocidas, así fue con los docentes, así fue con los despidos a los empleados públicos, y así fue con los tarifazos, así son, perversos.
Porque si hay algo que caracteriza a la modalidad perversa es la ausencia de culpa y la renegación como mecanismo defensivo: el famoso "si, pero no", lo hice pero no, la coexistencia de reconocer un hecho pero negar sus consecuencias.
Por eso ahora van a salir a aclarar, a decir que no fue tan así, que si se equivocaron, que van a dar de altas las pensiones que correspondan, que fue un error del sistema. Porque así funcionan
Y no puedo dejar de pensar en el sadismo de todo esto, de ese goce en meterse con los que menos tienen, en el blindaje mediático que intenta instalar el problema de la "inseguridad" mientras se castiga al pobre, al pibe, al viejo, al obrero, y ahora también, como corolario de los siniestro, a las personas con discapacidad.
Y no puedo dejar de pensar en la angustia que todo esto genera, porque nos enojamos, porque gritamos, pero en el fondo estamos angustiados, porque nos gobierna lo perverso, el sádico que después de angustiarnos una vez más se para frente a una cámara con los ojos lleno de lagrimas y promete que no lo va a volver a hacer.
Y lamento desilusionarlos, pero pasaran unos días nomas hasta que nos vuelvan a golpear.

Medicina

"No vayas a faltar al trabajo. Cualquier cosa menos faltar al trabajo. Aunque no duermas en toda la noche por la tos, aunque viajes en tren y en subte contagiando a todos con tus estornudos, no vayas a faltar al trabajo". Ese es la ley primera. Eso es lo que Alicia Stolkiner llama "Presentismo patológico". Hay que ir a trabajar como sea, pues lo importante es producir, siempre producir. No seas vago, cuida el presentismo, cuida el trabajo. 
En eso venia pensando mientras volvía en tren a casa. Tapándome con el brazo en cada estornudo, y tosiendo con un poco de culpa porque al lado mío viajaba una mamá con su bebe.
Y si me detengo a mirar, el vagón del tren está lleno de gente como yo. Gente estornudando y tosiendo por todos lados. Entonces pienso que Stolkiner tiene razón, y pienso en Foucault, en Marx, y en todos esos autores incómodos que nos ponen a pensar como sujetos deseantes y no como tentáculos de la maquinaria que necesita sujetos productivos, objetos eficientes y eficaces.
Pero está tan incorporado el mandato, tan internalizado, que si faltamos nos embarga cierta culpa, la sensación de que estamos haciendo las cosas mal, el auto reproche que ya no necesita la mirada externa, porque internamente nos sentimos en falta, porque hay que ir igual, porque hay que hacer como hace Ana, que va siempre a trabajar, incluso enferma, ella que si es un ejemplo.
Y mientras pienso todo esto, voy contando las estaciones para saber cuanto falta para llegar a casa. Porque me duele todo el cuerpo, y tengo ganas de estar en la cama. Porque no tendría que haber ido a trabajar, como me dijiste vos,  pero fui igual, porque ya falté la semana pasada por una faringitis, para que no piensen que soy un vago,  porque aunque yo tenga la suerte de no perder el presentismo, me da culpa, porque hay que dar el ejemplo, hay que ser como Ana.
Y estornudo otra vez cuando faltan sólo dos estaciones para bajar el tren y caminar las siete cuadras hasta casa, y no puedo evitar sentirme un poco mejor, sentir esa alegría de saber que voy a llegar a nuestra casa, sacarme la ropa, y meterme en la cama.
Y camino con paso cansino esas cuadras que me separan de casa, y cuando miro la hora veo que son las seis recién, que faltan un par de horas para que vos salgas de trabajar, y paso por una farmacia para comprar una tirita de ibuprofeno para los dos, porque vos también andas medio engripada. Y pienso que al final de cuentas no todo está tan mal, que al menos tenemos trabajo, que podemos comprar los remedios que nos hagan falta, que hice bien en ir al trabajo, que quizás me estoy quejando de lleno. 
Porque si lo pienso bien, el tren venia repleto de gente pidiendo plata, que cada vez que voy al hospital a trabajar, las guardias están llenas de madres con sus hijos esperando horas y horas un turno, que ahora los supermercados venden huesos de pollo, (y juro que no hay ironía en esto), que hoy camino al trabajo conté siete personas durmiendo en la calle, que es cínico y perverso pero que soy un privilegiado, que la maquinaria es grande y nos aplasta,  pero que hice bien en ir a trabajar enfermo, que eso nos enseñaron, que está bien así,  está naturalizado, que así funciona la estúpida moral de época. 
Y llego a casa con la tos que no para, y me tomo el ibuprofeno, pensando tal vez no soy yo el que está enfermo, que es el mundo el enfermo, que es absurdo que aceptemos todo esto. Y una vez adentro de la cama miro otra vez el reloj para ver cuanta falta para que llegues vos. Vos que me dijiste que no fuera a trabajar así, vos que te apuras al salir de tu trabajo para venir a cuidarme a casa. Y no puedo dejar de sentir una alegría egoísta entre tanta tristeza. Si, no puedo evitar sentir la alegría de saber que te tengo a vos pese a todo, vos y tu abrazo medicina que me salva, de tanta miseria organizada.

domingo, 18 de junio de 2017

El fútbol es una excusa, viejo.

A algunos les parece raro, pero yo soy hincha de dos equipos. Es que en el interior suele ser así, uno es hincha del equipo de su pueblo, equipo al que vamos a ver a la cancha que suele quedar cerca, y de un equipo de Buenos Aires, que por lo general miramos por tele.
Así que yo soy hincha de Cipolletti y de Racing. Si, soy de Cipo y Racing como mi papá.
Y lo curioso es que ahora que vivo en Buenos Aires, cerquita de Avellaneda, no me gusta ir muy seguido a la cancha. Eso un poco les llama la atención a mi familia, me reprochan que ahora que estoy tan cerca, no aproveche para ir más seguido.
Pero que sé yo, como que no me gusta mucho eso de ir solo a la cancha.
Será que algo adentro mío está acostumbrado a ir a la cancha con mi viejo. Quiero decir, desde que tengo memoria siempre fui a la cancha con él.
Recuerdo por ejemplo que cuando era chico, los domingos íbamos a comer tallarines en la casa de mi abuela que vivía cerca del club.  Entonces después de comer, el ritual era ir caminando juntos esas cuadras que separaban la cancha de la casa de mi abuela. Siempre caminando con mi viejo y con mi hermano mayor.
Después mi hermano mayor dejó de ir, y yo seguí yendo con mi viejo y algunos amigos de la adolescencia, y años más tarde, se sumaria al ritual mi hermano menor.
Y a mi siempre me llamó la atención que a mi viejo lo saludara tanta gente cuando entrabamos a la cancha. Ir a la popular y escuchar el grito de "Gallego" desde distintos lados de la tribuna, casi siempre saludándolo con alguna chicana futbolera sobre Racing, y el retrucando el chiste con una sonrisa.
Y hoy que es domingo, y no estoy con mi viejo preparándome para ir a ver a Cipo, empiezo a entender los motivos de porqué desde que estoy acá no me gusta ir a la cancha.
Es que toda mi relación con el fútbol, todas mis alegrías  y mis tristezas, tuvieron siempre a mi viejo como testigo y compañero.
Y me atrevo a decir, que en el fondo para mi el fútbol no es más que una excusa. Si, eso una excusa, una coartada, un vehículo para estar cerca de mi viejo. Una manera lúdica y pasional que nos hizo, nos hace, cómplices.
Por eso me gusta cuando mi viejo me manda un mensaje o me llama por teléfono contándome de las ultimas novedades del Club. En el fondo sé que esa es su manera de saber como estoy. De saber si estoy bien en Buenos Aires, si me hace falta algo.
Si, ahora comprendo que quizás por eso no me gusta ir a la cancha ahora que estoy lejos.
Me siento raro cuando entro y no escucho que gritan "Gallego" desde la tribuna, no verte fumar un cigarrillo tras otro cuando la pelota no entra, no escuchar alguna de tus puteadas poéticas que despiertan la carcajada de los que estamos cerca, y sobretodo extraño gritar un gol y no tener tu abrazo viejo.
Porque quizás al final uno es hincha de los que ama, y yo más que de Cipo o Racing, yo soy hincha tuyo, viejo. Yo soy el hijo del gallego, soy hijo del tipo que todos saludan desde la tribuna, el que siempre tiene un chiste a mano y del cual tengo la ilusión de heredar, además de sus colores, alguno de sus gestos.
Y pienso que al fin de cuentas para eso deben servir las pasiones, para compartirlas con los que son parte de uno.
Por lo menos para eso me sirve a mi el fútbol, para abrazarme en las buenas y en las malas con vos viejo, para abrazarme con el gallego, el tipo que me enseñó, que el fútbol como la vida, se disfruta con los que uno ama.

lunes, 12 de junio de 2017

Higui

Hace unos meses tuve que buscar la noticia de quien era Higui y así pude enterarme como estaba presa por defenderse cuando diez tipos la quisieron violar, mientras le decían que la iban a "hacer sentir mujer, lesbiana de mierda" y enterarme como defendiéndose mató de una puñalada en el pecho a uno de los diez tipos que querían violarla. 
Y tuve que buscar en las redes para averiguar quien era Higui porque en la tele no salía nada. Ahí me enteré que Higui es mujer, es pobre, y es lesbiana, todas figuras de la alteridad negada. También me enteré que Higui en realidad se llama Eva, pero le dicen Higui porque le gustar jugar al fútbol y le gusta atajar, como Higuita, el arquero Colombiano que invento el escorpión, esa famosa atajada.
Claro que de todo esto me enteré por las noticias que compartían mis amigxs en las redes, es que en la tele no salía nada, es que capaz el intento de violación de una mujer pobre y lesbiana no garpa ni da rating, y seguros están preocupados por el Bailando de Marcelo que ya va por su centésima temporada. 
 Y hoy de pronto después de tantos meses, mi muro esta inundado con la noticia de que Higui quedó en libertad (al menos hasta el juicio). Y mis amigxs, las que desde el principio fueron parte de la lucha, festejan, celebran, comparten otra vez su foto, cuentan de sus lágrimas, de su emoción, y se hermanan. 
Y yo, machito heterosexual, blanco y clase media que fui viendo todo el proceso por las redes, (o en los medios alternativos, porque como ya les dije, en la tele nunca salía nada), que veía como pedían libertad en cada marcha a las que tampoco fui porque siento que no es momento de ser centro, sino de aguantar la periferia (aunque algunos amigxs se enojen por esto), yo que compartí alguna que otra noticia de esas que compartían mis amigas en las redes pidiendo la libertad de Higui, yo siento una alegría profunda, de esas alegrías que abren un poco el horizonte en estos días de odio, una alegría que convive con un poco de vergüenza, como queriendo no meterme del todo en un festejo que no me merece pero comparto. 
Porque hace meses vengo viendo amigxs pidiendo su liberación en las redes, amigxs poniendo el nombre de Higui en su foto de perfil, amigxs pidiendo su libertad en todas las marchas.
Y hoy que Higui quedó libre, hoy que mi muro está inundado por la alegría de las que pelearon desde el principio por su libertad, hoy que este sistema jurídico hipócrita y patriarcal tuvo que retroceder ante la organización de tantas y tantas mujeres que no paran de juntarse para subvertir esta moralidad perversa, imponiendo cuerpo a cuerpo un nuevo orden ético pese a que todavía las matamos a diario, pese a que deban soportar la misoginia de aquellos que las llaman feminazis, (quizás temerosos de lo se viene), hoy que Higui quedó libre y se podrá abrazar con todas las que por ella marcharon, con su cuerpo de mujer pobre y lesbiana, un cuerpo cargado con siglos y siglos de violencia naturalizada, hoy que cuando Higui termine de llorar y abrazarse, se podrá poner los guantes y atajar en un picado con las pibas, hoy la justicia es un poco menos ciega.
Y hoy escribo todo esto porque la alegría es también una forma de la resistencia, y porque siento que hoy la puñalada de Higui es la puñalada de tantas y tantas que luchan para no vivir con el miedo cotidiano de ser violadas, empaladas, o asesinadas, una puñalada directo al corazón de este sistema clasista y macho, que por un momento fue vencido por la sororidad de las que lograron que Higui este libre finalmente, aunque no salga en la tele, aunque apenas salga en los diarios, aunque a muchos les indigne la puñalada mortal de una mujer que no dejó que la violaran, aunque a muchos les duela la libertad de una mujer pobre y lesbiana.

Matias de Rioja

miércoles, 24 de mayo de 2017

LLaves

Me quedé pensando en tu pregunta, Mauro. Esa de si estaba seguro. Y la verdad que me da un poco de gracia que me lo preguntes justo vos. Porque si algo sabés, si de algo te has burlado muchas veces es que yo no suelo estar seguro nunca de mis decisiones. Y quizás hasta admire un poco a esa gente, a esos que cuando les preguntás, responden sin titubear, convencidos de cada paso que dan, como si vivieran en un universo repleto de certezas.
Pero yo no, Mauro, lo mío vos bien sabés que son las dudas, los rodeos, los titubeos, esto de darle tres o cuatro vueltas a las cosas antes de decidir. Por eso te decía que eligieras vos los vinos, o dónde querías parar a comer cada vez que andábamos de viaje, porque sabía que mis dudas te ponían nervioso.
Y si lo pienso un poco, fue siempre así. La mayoría de mis decisiones vitales, aquellas que cambiaron el curso de mis días y configuraron mi existencia, fueron decisiones de las que nunca estuve del todo seguro. Así decidí estudiar lo que estudié, así acepte mi primer trabajo, así decidí dejar la casa materna, así decidí publicar mi primer libro, y así decidí irme de mi pueblo para venirme a vivir a Buenos Aires. Siempre dudando.
Pero, ¿sabes qué, Mauro? Yo ya aprendí que la seguridad no es un atributo que me habite, y en el fondo creo que eso de la certeza es un argumento frágil, por eso tal vez yo elija moverme siempre para donde me lleva la alegría y no la certeza. Y no te hablo de esa alegría que convirtieron en un negocio, Mauro, no hablo de ese eslogan berreta, de esa revolución que prometieron mientras estaban llenos de rencor, hablo de otra alegría, hermano, de la alegría profunda, la que multiplica y rompe mismidad, de la alegría de encontrarse con el otro y en el otro, de esa alegría que es potencia y es deseo.  
Y no sabes la alegría que a mi me da pasar mis días con ella, Mauro, lo asombrosamente fácil que es estar juntos, la libertad que tenemos para poder dudar tranquilos, sin tener que fingir todo el tiempo que tenemos todas las respuestas. Porque vos sabés que la vida es un bicho complejo, que los caminos pueden ser muchos, y las contradicciones son una necesidad, pero cuando estoy con ella no me creo con la pedante obstinación de esgrimir seguridades.
Entonces ando con esta permanente sensación de alegría desde hace mucho tiempo, Mauro, y para mi eso es el horizonte. Y si bien nunca estaré seguro de mis decisiones, ni por qué esa carrera, ni por qué ese trabajo, ni esa ciudad, y tampoco sabré si el amor es razón suficiente para construir un destino, si estoy convencido que lo es la alegría. Quiero decir, no creo en ningún futuro que no tenga la alegría como punto de partida, y a mi se me inunda el pecho como un idiota cada vez que la veo, Mauro, cada vez que me pide que le prepare un mate, o la abrace un rato más, una alegría que me hace escribirte con los ojos húmedos mientras voy en el ciento sesenta a buscar las llaves de nuestra casa, la casa en la que siempre tendrás un colchón, Mauro, la casa en la que decidimos irnos a vivir con todas nuestras dudas, preguntas y ternura, la casa a la que nos llevamos esta profunda alegría de estar juntos.

Matias de Rioja

martes, 9 de mayo de 2017

Sanar

No fueron mariposas en la panza.
Ni las manos sudadas,
ni temblor en todo el cuerpo,
(bueno si quizás al principio,
hasta que hiciste aquel chiste
que descomprimiría todo),
fue más bien algo entre la risa cómplice 
y el silencio. 

No fue un volcán en erupción,
ni una desesperada necesidad
ni temor al desencuentro,
fue más bien la sensación
de manos calentitas junto al fuego. 

No perdí la cabeza,
(tal vez alguna vez),
ni recurrí a promesas falsas,
no sucumbí a mis repeticiones,
ni hubo terror a lo incierto, 
fue más bien una calma ternura
creciendo.

Y aunque algo dentro mío
le intrigaba esta ausencia  
de convulsiones,
esta anemia de histrionismos, 
me fui dejando llevar  
por una certeza de 
sonrisa abierta. 

Y lo digo ahora, 
que ya ha pasado tanto tiempo,
porque todavía me conmueven
los mismos gestos.
Tu manera de enseñarme
que quizás el amor no es drama
y desamparo,
sino más bien cotidiana compañía e
intenso sosiego. 

Sí, ni mariposas en la panza,
ni erupciones volcánicas,
ni temblores histéricos, 
lo nuestro fue desde el principio
la búsqueda por
deconstuir el amor propiedad,
es decir lo nuestro fue siempre 
un intento de
aprehender el amor de nuevo.

Quiero decir, 
quizás no sea cierto que el amor   
deba rozar la locura,
no hay ningún coraje en aquello 
que goza en lo enfermo.

Por eso  nunca se trató de estar loco por vos,
porque el amor acaso sea una
potencia del deseo
y no de la necesidad, 
y que quizás el amor sea 
entonces
 el humilde ejercicio de 
estar sano junto a otro.  











lunes, 10 de abril de 2017

Licantropía

Ahí van las hienas,
con su obsesiva manera de escupir condenas.
Habitando todos los cafés,
sentados en todas las mesas,
con su sabiduría rancia,
sacándose restos de comida entre los dientes.

Algo habrán hecho dicen, y se ríen las hienas.
Son todos vagos dicen, y festejan dándose palmadas.
Que vuelvan los milicos dicen, escondiéndose en su chiste.
Hay que molerlos a palos así aprenden, dicen 
buscando complicidad.

Repitiendo su racimo de sentencias,
las hienas van detrás de la noticia que le ofrecen,
destilan un odio visceral a todo lo otro,
a toda diferencia con ellos mismos,
mirándose siempre al espejo que es la tele
en búsqueda de una verdad.

Negros de mierda, dicen y se excitan.
Quiero ver cuando te pase a vos, 
dicen mostrando sus colmillos.
No tienen solución,
repiten las hienas sedientas de diagnósticos,
convencidas de su moral,
sus buenas costumbres 
y sus impuestos al día.

Incapaces de ver historias y contextos,
pero adictos a la meritocracia,
las hienas se muestra apolíticos y racionales,
donando sus sobras orgullosos
y persignándose frente a todas las iglesias.

No entienden de alteridad ni de mesura,
confunden solidaridad con limosna,
sólo piden justicia cuando los barrios tienen asfalto,
y el roce con la pobreza les hace girar
la cabeza para el costado.

Las hienas pululan por todos lados,
disimulándose en manada,
y aunque nos quieran imponer su miedo,
no queda otra alternativa que tomar aire
y enfrentarlas.

Con la hospitalidad y la palabra,
sin levantar la voz y con la guardia baja,
llenando de interrogantes 
su crisol de censuras,
sabiendo sostenerles la mirada.

Y entonces buscarlos en lo profundo de sus ojos
con la esperanza de encontrarnos,
en un gesto amoroso,
en ese resto de ternura que seguro los habita
desde antes,
mucho antes,
que les envenenaran el alma.












sábado, 8 de abril de 2017

Náusea

No sé por donde empezar. No se ni como decirlo. Siento una vergüenza profunda. Algo que nace desde la boca de mi estomago. Una náusea por mi condición de hombre. Unas ganas de salir a pedir perdón, de decirles que no todos somos así. Pero eso no sería cierto, de algún modo todos somos así, todos matamos a Micaela, si, yo también mate a Micaela.
Y escribo esto con la náusea encima, como esperando que sólo sea una borrachera, que no sea cierto, que no lo hicimos de nuevo, que no las matamos otra vez. Pero si lo hicimos, porque tenemos total impunidad para hacerlo, porque crecemos con el derecho natural de hacerlo. Por que nos tienen miedo, y las condiciones siguen siendo las mismas para que esto así sea, para que no dejen de temernos.
Por más que digamos #niunamenos, o #vivaslasqueremos, por más que las acompañemos a las marchas, y levantemos sus banderas, tenemos el germen del monstruo adentro.
A nosotros nos enseñaron a mirarlas así, o a usarlas así, a verlas como otro de las tantos objetos útiles a nuestro deseo patriarcal, y la abrazo a mi novia, y pienso en su miedo cuando la subieron a ese auto, o en mi sobrina corriendo con terror mientras uno de nosotros le decía guarangadas desde una camioneta , y la náusea no se va, porque es algo que está tan adentro nuestro, un monstruo alimentado por siglos y siglos de una normalidad fálica y brutal, un monstruo que pese a todos sus esfuerzos por detenernos, sigue creciendo, por eso nos temen, por eso cruzan la vereda, por eso no pueden viajar solas, ni andar solas de noche, porque estamos en todas las esquinas con nuestra enferma manera de mirarlas, y tenemos todas las instituciones a nuestro favor, todas las subjetividades preformateadas a indignarse si intentan revelarse, si pintan una pared o si marchan desnudas.
Y claro que podría hablar de eso también, de la hipócrita manera que tenemos para indignarnos por un par de tetas y el silencio cómplice que sostenemos cuanto matan a una más, todos los días, todos los días, todos los días.
Pero no quiero hablar de eso, lo que quiero es pedirles perdón de algún modo, porque siento vergüenza por mi género, una vergüenza genuina y nauseabunda, pero que no me redime, porque claro que soy culpable, claro que hago un chiste si mi sobrina se pone una pollera corta, claro que habitan en mí los gestos de toda la violencia machista que insiste en presentarse como natural, claro que de algún modo yo también maté a Micaela. No sólo fue el asesino, no sólo fue el juez que lo liberó, no fue sólo el "sistema", como una categoría vacía y anónima, somos nosotros, los hijos sanos del patriarcado, los que pese a todos nuestros esfuerzos por deconstruirnos seguimos siendo cómplices, ya sea por omisión, de la muerta de Micaela.
Por eso, aunque no te conocía, yo también te maté de algún modo Micaela, yo también llevo en mi sangre el ADN cultural que insiste en tratarlas como cosas.
Por eso no diré  #todossomosmicaela para lavar culpas, porque probablemente esté, una vez más, del lado del opresor y no del oprimido, porque seria estúpido pretender sentir el dolor y el miedo que hoy y todos los días las mujeres sienten, y porque los medios usarán la noticia hasta que ya no sea redituable, y porque cambian los rostros y cambian los nombres, pero lo que no cambia, es que mañana uno de nosotros estará esperando en otra esquina para volver a asesinarlas.

Matias de Rioja


jueves, 6 de abril de 2017

Subte

Hace unos días cuando me subí en la estación Congreso y vi un asiento libre en la punta, al lado de la puerta, miré un par de veces a mi alrededor para ver si alguien amagaba a sentarse, y tras unos minutos con el asiento libre decidí a sentarme para poder leer más cómodo.
Me gusta viajar en subte. Me gusta esa sensación de ir bajo tierra, recorriendo la ciudad desde sus entrañas para ir desde un lugar a otro. Y por lo general es difícil conseguir asiento libre para leer. Pero ese día pude. O eso creía. 
Durante un par de estaciones, pude leer muy concentrado un libro de Guebel que me tenia atrapado, hasta que un ruido extraño y molesto me interrumpió. Era un sollozo, una especie de gimoteo que venía de entre el tumulto de gente. Busqué con la mirada unos segundos hasta encontrar el origen del ruido que distraía mi lectura. Provenía de un señor de unos cincuenta años, canoso y de ojos claros. Vestía un pantalón marrón clarito marca "Pampero" y unos botines de trabajo "Ombú".  Lloraba.
Si por lo general es raro e incómodo ver a alguien llorar, más lo es en un vagón lleno de gente, todos  apretados. Por eso quizás mi primer acto reflejo fue poner mis ojos de nuevo en el libro, incomodo, espiando disimuladamente al hombre que sollozaba. (Cierto es también que esto es propio de cualquier espacio, raramente nos detenemos ante alguien que llora, estamos demasiados ocupados para llegar a ningún lado). 
Mientras lloraba, el hombre hablaba por teléfono, y en su balbuceo se escuchaba un "no sé como voy a seguir hermano, no sé como voy a hacer, cómo se lo digo a mi familia...", con una angustia tal que volvía imposible seguir leyendo. Quizás por eso, y quizás un poco por oficio cuando terminó de hablar por teléfono, saqué de mi mochila un pañuelo descartable y estirándome un poco, le toqué la mano para alcanzárselo. Lo aceptó haciendo un gesto como quien da las gracias. Intenté inútilmente seguir con la lectura, más para defenderme de la angustia que la situación me generaba que por ganas reales de seguir leyendo. 
Llegando a la estación Primera Junta, vi que el hombre de mirada triste se acercaba hasta la puerta, cerca de donde yo estaba. (los que viajamos en subte sabemos que una estación antes tenemos que acercarnos al lado de la puerta, siempre está el miedo de no poder bajar a tiempo).
Ahora que estábamos próximos, fue él quien me tocó el hombro. Me volvió a agradecer. Le dije que no había nada que agradecer, y le pregunté si quería otro pañuelo pero se negó a aceptarlo. En mi cabeza había mil preguntas ¿Por qué lloraba?, ¿cómo ayudarlo?, ¿podía ofrecerle algo más que un pañuelo? (Muchos de los que estábamos ahí nos hacíamos estas preguntas). 
Llegando a la estación, nuestras miradas volvieron a cruzarse y casi sin pensarlo me salió preguntarle qué había pasado, si podía ayudarlo en algo (gajes del oficio otra vez, supongo). Me respondió entrecortadamente: "Me acaban de echar del laburo, a mi y a 24 compañeros más... reducción de personal". Sólo atine a decir:  "Miserables". 
Las puertas del subte se abrieron y el hombre estiró su mano para saludarme, nos apretamos la mano tibiamente y bajó con su ropa de trabajo que el otro día no podría usar. Me quedé en el vagón del subte, con el libro abierto en mis piernas, con toda la angustia flotando en el aire, pensando que no le pregunté el nombre, que tampoco le di el mío, ni mi teléfono, ni nada. 
Llegue a casa contrariado, reprochándome no haberle dado ni siquiera mi teléfono. Apenas vi a mi compañera le comente la escena. Mi libro, el sollozo, la ropa de trabajo, la tristeza en la mirada, el apretón de manos final, mi incapacidad de ofrecerme. Ella me escucho tranquilamente y con su sensatez habitual me respondió: dejá de echarte culpas, ese hombre no va a necesitar un psicólogo, o quizás sí, pero lo que seguro va a necesitar es un laburo.
Ahora que escribo estas líneas, entiendo que tal vez ella tiene razón, que mientras nos quieren llenar la cabeza de odio -los mismos que prometieron alegría-, la tristeza gano las calles. Que ese día veinticinco personas más se quedaron sin trabajo y que seguro, no saldrá en ningún lado. 
Porque la verdad mediática insiste en negar la realidad con sus debates de circo macabro, invirtiendo moralidades, manipulando estados de ánimo, imponiendo una "normalidad" hecha a su medida, una normalidad perversa y meritócrata, mientras lo real se impone en todas partes.
Hasta debajo de la tierra, donde leer ya no se puede porque la angustia también viaja en el subte.


Matias de Rioja


jueves, 16 de marzo de 2017

Sobre el adiós

¿Desde dónde hablar sobre el adiós?
¿Desde qué lados?
¿Desde la mano que titubea al despedirse o
desde los ojos que resisten la partida?

¿Y de quién es el adiós?
¿A quién le pertenece?
¿A quien busca dejar atrás eso que lo habita,
los calvarios bajo piel,
el cadáver de otros días,
un durante que se volvió amarra?
¿O de quien se rehúsa a despedirse,
de quien resiste en un abrazo que agoniza,
de quien ruega un poco más?

¿Es el adiós necesariamente un límite?
¿Un punto final implorando distancia?,
¿o se dice adiós deseando lo que aún se ignora?

¿Y de qué está hecho el adiós?
¿De memoria muerta,
de existencia opaca,
de amor perecedero?
¿o de obstinada persistencia,
de imposible olvido,
de herida siempre abierta?

Y quien dice adiós,
¿sabe acaso lo que dice?
¿De qué se está despidiendo?
¿Alcanza acaso decir adiós para despedirse?
¿O es sólo una coartada cobarde,
un vano intento por alejarse de aquellos que son uno,
corazones de carne ajena que irrigan nuestra sangre?

¿Y cuántas caras tiene el adiós?
¿Alguien vió sus fotos?
¿Un único y solitario rostro que condensa todo lo que se despide?
¿O una serie infinita de miradas que insisten en volver?

Y por último,
¿Cuál es el sentido del adiós?
¿Agachar la mirada como quien acepta lo irreversible del tiempo?
¿Una suerte de flor que se deja en el cementerio del pasado?
¿O se dice adiós con los labios llenos de esperanza?
¿Con el temblor de todo el cuerpo?,
¿Con la vida en la garganta,
empecinada en darnos 
otra oportunidad?



Matias de Rioja


miércoles, 15 de marzo de 2017

La culpa no es del chancho

Es difícil cuidar a mamá. Y no quiero decir con esto que mamá sea una mujer difícil.  Acaso lo difícil, lo realmente complejo es que mamá se deje cuidar por nosotros. Es que supongo que esa inversión de roles, ese dejar de cuidar para pasar a ser cuidada, dispara toda una suerte de resortes hasta ahora ignorados por todos.
Porque de pronto es ella la que está en una cama necesitando que le arrimen un vaso de agua, tomar algún remedio y hay que estarle encima para que cumpla con las sugerencias de la doctora de que no haga esfuerzos.
Y un poco entiendo que sea difícil para mamá dejarse cuidar, porque debe ser complicado para alguien que siempre fue una usina de regalar cuidados, esa transición, ese pasaje.
Por eso cuando se enoja, cansada de que le estemos encima y medio nos ladra pidiéndonos que la dejemos tranquila, y me pregunta si me traje abrigo porque afuera está frío, si es cómoda la cama donde estoy durmiendo, o pidiéndome que me fije si mi hermana esta comiendo bien, algo adentro mío alcanza a comprender.
Porque entiendo que es una voz irrenunciable la que habla, que por más reposo, retorcijones  y dolor constante, ella no puede con ese oficio, con ese obstinado deseo de cuidar que en ella tanto abunda y en otros lados tantas veces escasea.
Entonces mi hermano la reta y le dice que se deje de joder, que ahora nos toca a nosotros, que es tiempo de dejarse cuidar, y ella lo mira con su sonrisa eterna y todos nos reímos un poco. Porque sabemos que somos medios nuevos en esto, y a mi me viene a la cabeza esa frase que tanto repite mamá, esa de que "la culpa no es del chancho, si no de el que le da de comer", y se la digo mientras le alcanzo otro vaso de agua, porque la doctora nos dijo que tenía que tomar mucha agua, y cuando escucha de mi boca está frase tan suya, ella se ríe otra vez. Porque en el fondo mamá sabe que tengo razón, sabe aunque nunca diga nada, con esos saberes que son cuerpo y no palabra, ella sabe que no hubo un día desde que yo tengo memoria que no estuviera cuidándonos cotidianamente, habitando ese espacio tan delicado que es proteger desde la libertad. Ella sabe que todo esto es culpa suya, que si ahora estamos dándole vueltas alrededor, como lobos defendiendo su guarida, y mi hermano que siempre anda como loco detiene su mundo porque hay que cuidar a mamá, y mi hermana hace meses no descansa para conseguirle todos los turnos, y ya no le molesta cuando le dicen "sos igual a tu mamá", y yo me hago los kilómetros que sean necesarios para acompañarla un poco, si nosotros hacemos lo que hacemos es porque fue mamá la que nos enseñó que el amor es antes que nada un acto, que hay que ofrecerse siempre para alojar el dolor ajeno, a multiplicar hospitalidad y agregar un plato aunque la comida sea poca.
Si, aunque le sea difícil dejarse cuidar, la culpa no es del chancho, y entonces sólo nos queda repetir sus gestos, su continuo maternaje, ese ejercicio constante de desplegar ternura del que nos nutrimos tanto.

domingo, 5 de marzo de 2017

Desatanudos

Hoy es uno de esos días en que amanezco hecho un nudo. Esa suerte de habito dominguero que me cierra sobre mi mismo, y torna casi imposible encontrar la punta que me desate.
Y sé que soy un cliché, que no hay ninguna originalidad en esto. Que soy parte de una horda infinita de neuróticos que coincidimos en teñir los domingos en una telaraña de contradicciones.
Y mientras me alcanzás un mate me preguntás que me pasa, y cuando te quiero contar no se bien por donde empezar. Busco una razón sensata, esgrimo alguna hipótesis, hago silencio para darme tiempo, hasta terminar de nuevo en el corazón del nudo, sin palabras y con las lagrimas en la punta de la lengua.
Como si no pudiera dejar de repetir las mismas rutas mentales que me llevan a chocar conmigo, y todo dentro mío es un embotellamiento de ideas que no encuentran otro camino que la angustia y el desasosiego.
Y camino la casa con el ceño entre fruncido, queriendo estar lejos de mí todo el tiempo, y me tiro en la cama otro rato, como un acto reflejo que me permita seguir dándome lástima, entonces vos te me acercas con la excusa de preguntarme que tengo ganas de comer, y ponés el disco que sabés que me gusta, me susurras unas palabras y me das un beso cómplice hasta dejarme solo nuevamente.
Y te veo irte de la habitación con ese andar sencillo, y te detenés para regalarme un último gesto, me mirás haciendo una mueca con toda la cara, obligándome, pese a que no quiera, a que se me escape una sonrisa.
Y entonces me doy cuenta que un nudo nunca se desata solo, que para salir de uno necesitamos otro que tire de la punta del ovillo, que no hay miseria que se soporte sola, y que vos sos mi desatanudos, quiero decir, mi camino hacia el sosiego, la ruta necesaria para curarme de mi mismo.

Matias de Rioja

domingo, 5 de febrero de 2017

Mar

Ando como distraído.
Son días en que buceo dentro mío buscando
eso que no aparece.
Y cierta frustración me invade. 
El temor de no encontrar la forma
de que el deseo se oriente. 

Eso pensaba mientras mirábamos el mar
y me abrazabas.
En esa manía que tengo de rascarme el ego.
El ejercicio de buscarme y no encontrarme,
de andar perdido en un ovillo de dudas,
temeroso de decepcionarme
y decepcionarte.

Y mientras pensaba en todo esto,
vos apoyaste tu cabeza en mi hombro
despabilándome con un gesto
y entendí que hacia rato estaba equivocado.

Que el habito de mirar para dentro
estaba agotado;
que el deseo nunca encontrará
las palabras adecuadas,
que la búsqueda de uno
 siempre parte desde otros,
y que en vos hacia rato me había encontrado.

Y  que acaso la felicidad sea eso. 
El silencio de uno mismo,
mientras el mar nos mira
y yo persista en tu abrazo. 

viernes, 3 de febrero de 2017

Hablando del llanto

No me animé a preguntarle el nombre, ni acercarle un pañuelo, no quería interrumpirla. Pero quería decirle que una vez yo también lloré como ella. Para ser honestos, más de una vez. Por eso cuando la escuché llorar, sentada atrás mio en el colectivo intentando inútilmente contener su llanto, no pude dejar de recordar aquella vez que lloré tan fuerte como ahora lloraba ella. 
Es ese tipo de llanto incontenible, esa congoja que sale como un desgarro desde adentro del esófago, ese que encuentre donde nos encuentre no podemos detener, un llanto universal, un llanto que hoy era de ella, pero que alguna vez también fue mío. 
Y mientras la escuchaba llorar, mientras oía su fallido esfuerzo para disimular su gimoteo, esa angustia que parece dejarnos sin aire, me vino la imagen de mi llanto también en un colectivo. 
Ella mirándome desde abajo, yo desde arriba, el vidrio que nos separaba y una mano despidiéndose como pidiendo perdón. Yo no pudiendo contener mis lágrimas, yo que no entendía por qué tenía que ser así, por qué el amor tenía que estar tan pegado al sufrimiento, yo sintiendo que un pedazo mío era arrancado de la boca de mí estómago, que me arrebataban una parte de mi alma, con ese agujero en el medio, con esa sensación de vacío, intentando esconder mis lágrimas para que el señor de al lado no me viera llorar, porque no está bien llorar en público, menos siendo hombre, aunque ese señor testigo de todo, (de quien nunca supe el nombre), me dijera cálidamente que no tuviera vergüenza, que llorara tranquilo, que la tristeza ya iba a pasar, mientras yo le agradecía con una sonrisa tibia, y mi pecho no dejaba de gemir, sintiéndome roto, con la certeza de que quedaría así para siempre, lleno de lágrimas y mocos, creyendo que algo mío se estaba muriendo con ella, hasta que finalmente me pude dormir. 
Y ahora que pasaron tantos años, ahora que viajo en otro colectivo, pero no estoy despidiendo a nadie, ahora que me agarran fuerte de la mano mientras se hacen un bollo para dormirse a mi lado, quería decirle a la chica de atrás lo que ese señor anónimo me dijo aquella vez, decirle que llore tranquila, que no tenga vergüenza, que la tristeza va a pasar, que de verdad ese llanto se detendrá un día, y aunque hoy sienta que algo está muriendo, quizás sólo se trate de estar aprendiendo. 
Que el amor que dejamos en los otros vuelve desde el mismo amor que nos tuvieron, que es cierto lo que decía Lavoisier, eso de que nada se pierde, que todo se transforma. Que aunque hoy sienta su cuerpo partido al medio, seguro está mutando hacia otra cosa, que aunque suene estúpido a veces el dolor es necesario, que está bien despedirse, que está bien llorarlo todo como decía Girondo, pero que nada está roto dentro suyo, que ese agujero que hoy siente estará lleno de rostros en un tiempo, que el pasado es quizás la única garantía de existencia, que el amor no se pierde, que el amor siempre vuelve. Y que quizás la próxima vez que suba a un colectivo, no estará sola, que ya llegara el día que alguien se haga un bollo a su lado mientras la agarran fuerte, muy fuerte, de la mano. 

jueves, 5 de enero de 2017

Trinchera

 A mí me salvó el amor Mauro. Sí, no es una metáfora, ni una forma de decir, a mí el año pasado me lo salvó literalmente el amor. Porque buscando qué escribirte en estos días donde el almanaque nos impone el artificio de hacer balances, me cuesta mucho no escribir desde la tristeza. Y si no lo hago, si no escribo desde ahí, si pese a todo lo difícil y doloroso que ha sido este año para tanta gente, siento que fue un buen año, es porque a mí me salvó el amor, Mauro.
¿Te acordás que cada vez que hablábamos por teléfono nos poníamos a enumerar cosas jodidas? entonces yo me ponía a hablar de ella, creo que un poco para compartirte mi alegría genuina, boba, pero genuina y otro poco porque no teníamos muchas otras cosas lindas para hablar, es que lo que se suponía que políticamente iba a ser una revolución de la alegría fue como temíamos, una proliferación de la miseria, porque es al pedo Mauro, como leí alguna vez por ahí, cuando la alegría se vuelve marketing, la tristeza deviene en real.
Y por más que insistan en vendernos esa idea perversa de la meritocracia, eso de auto realizarse, y salvarnos solos, a mi me llena de impotencia ver cómo nos estamos repitiendo, Mauro. Otra vez la misma historia, como otrora, cuando terminamos cantando; "Piquete y cacerola la lucha es una sola", y después cuando se acomodaron las cacerolas, los piqueteros volvieron a ser extranjeros. Y ojalá me equivoque, te lo digo de verdad hermano, vos me conocés, ojalá la cosa repunte y esta hemorragia se detenga, porque mientras algunos se entretienen pensando en lógicas binarias, en donde unos son los buenos y otros son los malos, esos antagonismos que se cierran sobre sí mismos y solo repiten lo que coincide con lo que piensan, yo veo cada vez más gente que la está pasando feo, y en mi cuadra nomas ya tengo tres vecinos nuevos durmiendo con sus colchones en la calle. 
Y no me voy a poner acá a repasar todo eso que ya sabemos que está mal, aunque no salga en ningún diario, pero si me demoré en escribirte para fin de año es porque cuesta bastante encontrar palabras optimistas cuando todos los días veo que hay gente que la esta pasando jodido al lado, y porque sabés que creo que la política debe ser una practica amorosa y no excluyente, que nadie puede estar contento si le va bien solo, que el júbilo debe ser una experiencia plural y nunca singular, por eso me costó escribirte y lo único que me sale decirte ahora, con un poco de vergüenza en este contexto, es que a mí enamorarme me salvó el año, Mauro. 
Y perdona si me fuí por las ramas, pero cuando pensé en que desearte para este nuevo año, porque nos gusten o no nos gusten los balances de fin de año, desear es siempre sano, pensé en desearte que ojalá te enamores, que en estos tiempos raros donde nos quieren hacer creer que la felicidad esta allá adelante, yo creo que la felicidad debe multiplicarse para los costados, como dice el maestro Carlos, y que el otro día me cayó la ficha, justo antes que termine el año, ella vino de sorpresa a mi pueblo, para terminar juntos este año, y yo me puse a temblar cuando la vi, Mauro, porque en ese instante comprendí que ella fue mi año, quiero decir, el amor es muchas veces una trinchera, y ella fue la mía, con su manera lúdica de cuidarme y regalarme ternura entre tanta tristeza. Por eso te deseo que te enamores, Mauro, que vos también encuentres tu trinchera, porque cada vez estoy más convencido que no habrá felicidad en ningún lado si no la construimos entre todos, tejiendo lazos y como dice Carlos, siempre, pero siempre, mirando para el costado.