Después de un tiempo
la memoria aprende a defenderse.
Se precipita sin vacilar
sobre fragmentos de plenitud,
y somete al olvido
-frágilmente-
toda evocación de la tristeza.
Un mecanismo maníaco,
un modo de detenerse en gestos amables,
instantes de bienestar,
tiñendo de norma
aquello que fue pura excepción
Por eso quizás mi memoria
insiste en recordarnos así,
sonriendo y agotados
en ese colchón de una plaza,
tomando el tren a un pueblo antiguo,
o en esa bicicleta de la que caímos
tantas veces.
Todo lo otro,
las miserias,
el golpe bajo,
el desencuentro lacerante,
la indiferencia abrupta,
todo eso rara vez vuelve.
Supongo que está bien así.
Que es una forma de reciclarse.
Que toda potencia de futuro
se construye sobre ruinas
a las que ya no queremos volver.
Quizás por eso mi mente enterró
en lo mas profundo el dolor
que nos causamos,
y solo evoca,
-cada vez con mayor intermitencia-
los breves momentos de sosiego que nos dimos.
De otro modo sería insoportable.
En mi presente no habitabas vos.